Era miércoles cuando otra persona se sumó a esta tragedia que mi propia mente me impone. Los gritos en una noche cerrada en plena esquina. Dice que no entiendo, digo que es un mal amigo. Admite que no me quiere cerca ahora pero yo no admito que quiero llorar. Nos mordemos la lengua pero nos envenenamos con nuestra propia cólera así que volvemos a escupir sobre el otro.
Cada palabra hace un hueco en mi como si fuera una bala. La herida burbujea, derrama sangre caliente y aunque no sea verdad la sensación es la misma. Mas tarde, recordaría lo que dijo y me alentaría diciendo que fue un momento de ira, pero ese pobre consuelo no me protege de mi cerebro que hace explotar ese recuerdo cada vez que cierro los ojos.
Es tanta la pena que me invade que utilizo mi armadura mas eficaz. Salgo a la calle y me río, y bailo, y me caigo, y me golpeo la cabeza contra el suelo, y me divierte tanto. Pero esa formula no me funciona cuando estoy sola con la almohada. Entonces recurro al único ser que sé que va a anestesiarme y pierdo un poco la comodidad porque aún sin un titulo, aún sin palabras cursis o expectativas, empiezo a sentir mi dependencia hacía él.
Sé que no va a funcionar si lo intento por lo tanto no lo hago. Me ve, me besa y se ríe. Es todo lo que necesito ahora.
Sé que no va a funcionar si lo intento por lo tanto no lo hago. Me ve, me besa y se ríe. Es todo lo que necesito ahora.
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